jueves, 15 de agosto de 2013

CAP 13


- Ceremonia

Fue mucho trabajo conseguir la confianza de los nativos que nos tenían cautivos en aquel pozo. Fueron horas de dibujo y buena predisposición. Unos cuantos días después comenzaron a dejarme subir y trabajar para ellos, pero solo a mí. William no mostraba mejoras en su comportamiento austero y primitivo. Estaba enojado, resentido, pasaban los días, y su misión se diluía.
Tuve que tallar algunos instrumentos de cocina en madera, construir un pequeño puente por encima de un canal que se metía en la isla, y avanzar en mis dibujos. El niño que me custodiaba y seguía a todos lados me había contado los planes que tenían conmigo, debía dibujar a su deidad más alta, a Clisa.
No iba a ser tan sencillo, primero debía ganarme la confianza de todos. Mientras me llevaban de lado a lado de la isla podía escuchar, cada tanto, el rugido del León a lo lejos. Algunos eran rugidos de furia, pero otros eran claros sonidos de dolor, debía estar aun herido por la lluvia de flechas que nos ataco unas semanas atrás.
Por las noches retornaba a nuestro pozo, lograba robar algunas frutas para llevarle al ingles, que no corría la misma suerte que yo, en cuanto al trato con los nativos. Yo tampoco quería tenerlo en contra, si de alguna manera íbamos a salir de esa situación era juntos. En los días previos a conocer a Clisa tuve especial precaución en controlar y registrar las costumbres, horarios y movimientos de todos. Pudimos hacer un pequeño mapa para marcar donde estábamos respecto de mi bote y otros elementos que necesitábamos. También note que no éramos los únicos cautivos, pude ver muy fugazmente que alguien estaba atado a un árbol, unos metros más allá.
En medio de una noche sin nubes, y con la luna llena y luminosa, me sacaron del pozo, me vistieron con la misma ropa de aquella ceremonia y me llevaron a un sitio que no había ido hasta entonces.
Se abrían los arbustos a nuestro paso, la claridad de la luna dejaba ver lo necesario, éramos 4 nativos y yo, me sorprendió que el niño no estuviera con nosotros, fue por eso que pensé la cercanía de mi muerte en sacrificio. Dimos un par de curvas, así que no pude distinguir en que parte del asentamiento estábamos.
Cuando llegamos la vi, estaba sentada sobre un tronco, la luz la iluminaba por completo. Hacia calor, yo traspiraba por la velocidad a la que habíamos llegado, ella estaba casi desnuda. Uno de los nativos (el más grande de ellos) me dio mi cuaderno y se quedo conmigo, de un solo empujón de mano me sentó en mi sitio, y me señalo mi cuaderno. No hice otra cosa que dibujar. Ella era pálida, aunque la poca luz no me dejo ver demasiado. Más que pálida su color era de ese verde que traslucen las venas en las personas con piel muy fina, sus pupilas eran más grandes que la apertura de sus ojos, un poco más larga que lo común, no pestañeaba, no se movía, no emitía sonido. Tenia puesta unas telas y ropajes con infinidad de colores y formas, apenas la tapaban. Fue un momento surreal, extraño.
Era tan diferente este Ser que pensé la posibilidad de que fuera de otra época, diferente a la nuestra, inclusive a la mía. Pero parecía dormida, pesada, como si no solo perteneciera a otro momento, sino que también estuviera en él
La dibuje con esa distancia, y ese respeto. Ella no me miro en ningún momento, tampoco se perturbo por mi presencia, fue indiferente, pero de un modo muy elevado.
Termine y me llevaron de regreso, en el camino arrancaron el dibujo del cuaderno. Mientras me introducían de nuevo a mi pozo, donde me esperaba William, vi un viejo de unos 60 años mirarme desde aquel árbol. La expresión de sus ojos daba miedo, sus cicatrices y aspecto también, daba la sensación de que de no estar atado a ese árbol ya nos hubiese matado a todos.

jueves, 8 de agosto de 2013

CAP 12


- Clisa

Pasamos encerrados en el pozo unas dos semanas. Nuestro pequeño guarda cárcel nos suministraba comida y hojas de mi mochila que ellos custodiaban. Algunas veces me acercaban mi cuaderno con algún pedido específico, plantas, árboles, animales. Gracias a este extraña interacción logre conocer una gran parte de la flora y fauna de la región, algo de lo que me movió a venir a la isla en un primer momento estaba sucediendo sin quererlo. Fue así que dibuje los peces multicolores que me traían, flores increíbles que no volví a ver, frutas fantásticas y deliciosas.
El tiempo que pasamos en ese pozo junto a William fue una prueba de supervivencia, de tolerancia y paciencia. No podíamos hacer otra cosa que confinarnos a un golpe de suerte, o un descuido. Pero nada de eso iba a pasar. Nuestro plan nos proporcionaría algunos de los elementos que necesitábamos para seguir adelante, pero las cosas iban a ser más extrañas de lo que podíamos especular. Jugar con la fantasía es jugar con la posibilidad de que la fantasía juegue con nosotros, y así lo hizo en cada oportunidad.
A la segunda semana nos arrojaron una soga, las indicaciones desde arriba pedían que William subiera primero, luego yo. Cuando trepaba los últimos centímetros pude ver a la multitud organizada. Estaban vestidos y ornamentados para una ocasión especial y éramos los invitados colados en la fiesta. Nos sujetaron por las manos a un árbol y algunas mujeres nos cambiaron la ropa. William no dejaba de insultar en inglés, yo no dejaba de agradecerles en castellano. Nos sentaron y maniataron al banco de una de las últimas filas, al lado nuestro se encontraba nuestro pequeño guardia cárcel, con una sonrisa nos convido de unas frutas que traía en su morral. Lo que para nosotros era la prisión, para él era un juego.
Fue luego de comer, en ese momento (luego de terminar la fruta) noté que muchos de mis diseños se habían aplicado como ornamentos de la ceremonia. Algunos hombres danzaban junto a los tambores. Podía distinguir entre ellos una clara jerarquía de rangos, en lo más alto de su organización un banco vacío aguardaba. William insultaba, comía, y volvía a insultar. Entre pausas no dejaba de observar alrededor, fue él quien a lo lejos diviso mi bote, bueno, el de mi primo. Lo íbamos a necesitar para llevar nuestro plan de fuga adelante. Aún faltaba para ese momento, sin embargo el tiempo corría a nuestras espaldas.
Sonaron unos vientos, como tubos o cuernos, los tambores se intensificaron hasta un abrupto silencio. Alguien entraba en el fondo, todos se pararon. El niño a mi lado saco de su morral mi cuaderno de bocetos, paso las páginas hasta la última dibujada, y en la siguiente hoja en blanco me señala a la persona que está entrando en el fondo, es una mujer. Saca un lápiz del bolso, haciendo un ademán de dibujar señala mi mano, luego a la mujer, y dice:
- ¡Clisa!